Cuando una mujer ovula y siente la irrefrenable necesidad de ir al baño, no importa lo mucho que uno describa su acción ni lo mucho que la embellezca, que lo único que consigue es una meada consistente y espesa mezclada con la rojez de su infecundidad.
Imaginemos, por un instante, que comparte su vida con un hombre. Que en esa micción insulsa va un óvulo aún receptivo que, por un fallo del imperfecto organismo humano, ha sido eliminado en lugar de contener su potencialidad en el lugar que le correspondería.
Como sucede en las casas y relaciones en las que uno se acostumbra demasiado al otro, el ahorro consiste en tirar de la cadena una sola vez por cada dos mismas acciones menores. El chico saca su miembro ante el retrete y se masturba excitado por el ambiente a femineidad que taladra su olfato.
La espectacular mancha blanca cae al torbellino, salpicándolo de una inminente salsa rosa que germina en lo profundo del sistema de alcantarillado.
Emerge de la fantasía una pareja de simios que sobrevive, se desarrolla y nace a través de una tapa, viendo a los verdes transeúntes desfilar por la calle.
—¿Mamá? —articula el primero, dirigiendo la mirada hacia una prostituta forma humanoide mal iluminada por una esquina nocturna.
—¡Papá! —exclama el segundo, conmocionado ante la mancha abortiva del suelo que el platillo volante aparcado que contempla ha dejado en lugar de su hermano.
JF Gordo
en tándem con Tandro Quijada y sus
Simios radiactivos del espacio